Los datos del mercado laboral español invitan a la celebración, pero esconden una trampa. Desde 2021, el salario medio por hora ha aumentado un 15% en términos nominales. Sin embargo, en el mismo periodo la inflación acumulada ha superado el 20%. El resultado es una pérdida de alrededor del 4% de poder adquisitivo real. Crecemos en empleo y en PIB, pero no en renta efectiva de las familias. Conviene precisar el diagnóstico. El problema no es tanto la precariedad entendida como contratos temporales o de rotación excesiva. De hecho, muchos empleos en sectores considerados ‘precarios’ son sorprendentemente estables. El problema es la calidad del crecimiento: España genera sobre todo puestos en actividades de bajo valor añadido, donde la productividad apenas avanza y los márgenes para subir salarios son limitados. Por eso, los empleos los ocupan rápidamente los inmigrantes .El turismo, la hostelería, el comercio o la logística absorben gran parte de la creación de empleo. Estos sectores pueden garantizar continuidad, pero difícilmente sostienen mejoras salariales que acompañen al coste de la vida. En paralelo, la industria y los servicios tecnológicos –que podrían elevar la media– siguen sin despegar con la fuerza suficiente. Así se explica que, a pesar del dinamismo del mercado laboral , la clase media vea cómo su poder adquisitivo se erosiona.El sector público tampoco escapa a esta dinámica. Según Eurostat, los trabajadores de la Administración han perdido más poder adquisitivo que los del sector privado . En este último, el fuerte incremento del salario mínimo interprofesional (SMI) ha actuado como colchón para los sueldos más bajos. Esa medida ha reducido desigualdades en la base, pero ha generado tensiones en la pirámide salarial: quienes no se benefician directamente del SMI ven cómo se ensancha la brecha relativa. De hecho, la fuerte subida del SMI aplicada por este gobierno ha hecho que el salario de muchos españoles parezca converger con el mínimo. El resultado se llama ‘proletarización de las clases medias’ y fue una causa de la popularidad del fascismo en la década de 1930 cuando el colchón de los servicios públicos no existía. El fenómeno puede repetirse con nuevos umbrales.La consecuencia es un país que crea empleo sin traducirlo en prosperidad. Las estadísticas exhiben récords de ocupación, pero la experiencia cotidiana de los trabajadores es la de un salario que rinde cada vez menos en el supermercado o en la hipoteca. España se arriesga a quedar atrapada en lo que hemos llamado la trampa de la renta mediocre: crecer, sí, pero sin verdaderas oportunidades de progreso.Salir de esa trampa exige un cambio: salir de la mentalidad del reparto y situarse en la del crecimiento. Poner los factores de producción a favor de éste. Sin reformas profundas del sistema de bienestar (como plantea Alemania) y sin una apuesta decidida por la innovación, la industria y los servicios avanzados, seguiremos caminando en círculos. jmuller@abc.es Los datos del mercado laboral español invitan a la celebración, pero esconden una trampa. Desde 2021, el salario medio por hora ha aumentado un 15% en términos nominales. Sin embargo, en el mismo periodo la inflación acumulada ha superado el 20%. El resultado es una pérdida de alrededor del 4% de poder adquisitivo real. Crecemos en empleo y en PIB, pero no en renta efectiva de las familias. Conviene precisar el diagnóstico. El problema no es tanto la precariedad entendida como contratos temporales o de rotación excesiva. De hecho, muchos empleos en sectores considerados ‘precarios’ son sorprendentemente estables. El problema es la calidad del crecimiento: España genera sobre todo puestos en actividades de bajo valor añadido, donde la productividad apenas avanza y los márgenes para subir salarios son limitados. Por eso, los empleos los ocupan rápidamente los inmigrantes .El turismo, la hostelería, el comercio o la logística absorben gran parte de la creación de empleo. Estos sectores pueden garantizar continuidad, pero difícilmente sostienen mejoras salariales que acompañen al coste de la vida. En paralelo, la industria y los servicios tecnológicos –que podrían elevar la media– siguen sin despegar con la fuerza suficiente. Así se explica que, a pesar del dinamismo del mercado laboral , la clase media vea cómo su poder adquisitivo se erosiona.El sector público tampoco escapa a esta dinámica. Según Eurostat, los trabajadores de la Administración han perdido más poder adquisitivo que los del sector privado . En este último, el fuerte incremento del salario mínimo interprofesional (SMI) ha actuado como colchón para los sueldos más bajos. Esa medida ha reducido desigualdades en la base, pero ha generado tensiones en la pirámide salarial: quienes no se benefician directamente del SMI ven cómo se ensancha la brecha relativa. De hecho, la fuerte subida del SMI aplicada por este gobierno ha hecho que el salario de muchos españoles parezca converger con el mínimo. El resultado se llama ‘proletarización de las clases medias’ y fue una causa de la popularidad del fascismo en la década de 1930 cuando el colchón de los servicios públicos no existía. El fenómeno puede repetirse con nuevos umbrales.La consecuencia es un país que crea empleo sin traducirlo en prosperidad. Las estadísticas exhiben récords de ocupación, pero la experiencia cotidiana de los trabajadores es la de un salario que rinde cada vez menos en el supermercado o en la hipoteca. España se arriesga a quedar atrapada en lo que hemos llamado la trampa de la renta mediocre: crecer, sí, pero sin verdaderas oportunidades de progreso.Salir de esa trampa exige un cambio: salir de la mentalidad del reparto y situarse en la del crecimiento. Poner los factores de producción a favor de éste. Sin reformas profundas del sistema de bienestar (como plantea Alemania) y sin una apuesta decidida por la innovación, la industria y los servicios avanzados, seguiremos caminando en círculos. jmuller@abc.es
ajuste de cuentas
La subida del SMI ha hecho que parezca que los salarios convergen con el mínimo creando sensación de pobreza
Los datos del mercado laboral español invitan a la celebración, pero esconden una trampa. Desde 2021, el salario medio por hora ha aumentado un 15% en términos nominales. Sin embargo, en el mismo periodo la inflación acumulada ha superado el 20%. El resultado es una … pérdida de alrededor del 4% de poder adquisitivo real. Crecemos en empleo y en PIB, pero no en renta efectiva de las familias. Conviene precisar el diagnóstico. El problema no es tanto la precariedad entendida como contratos temporales o de rotación excesiva. De hecho, muchos empleos en sectores considerados ‘precarios’ son sorprendentemente estables. El problema es la calidad del crecimiento: España genera sobre todo puestos en actividades de bajo valor añadido, donde la productividad apenas avanza y los márgenes para subir salarios son limitados. Por eso, los empleos los ocupan rápidamente los inmigrantes.
El turismo, la hostelería, el comercio o la logística absorben gran parte de la creación de empleo. Estos sectores pueden garantizar continuidad, pero difícilmente sostienen mejoras salariales que acompañen al coste de la vida. En paralelo, la industria y los servicios tecnológicos –que podrían elevar la media– siguen sin despegar con la fuerza suficiente. Así se explica que, a pesar del dinamismo del mercado laboral, la clase media vea cómo su poder adquisitivo se erosiona.
El sector público tampoco escapa a esta dinámica. Según Eurostat, los trabajadores de la Administración han perdido más poder adquisitivo que los del sector privado. En este último, el fuerte incremento del salario mínimo interprofesional (SMI) ha actuado como colchón para los sueldos más bajos. Esa medida ha reducido desigualdades en la base, pero ha generado tensiones en la pirámide salarial: quienes no se benefician directamente del SMI ven cómo se ensancha la brecha relativa. De hecho, la fuerte subida del SMI aplicada por este gobierno ha hecho que el salario de muchos españoles parezca converger con el mínimo. El resultado se llama ‘proletarización de las clases medias’ y fue una causa de la popularidad del fascismo en la década de 1930 cuando el colchón de los servicios públicos no existía. El fenómeno puede repetirse con nuevos umbrales.
La consecuencia es un país que crea empleo sin traducirlo en prosperidad. Las estadísticas exhiben récords de ocupación, pero la experiencia cotidiana de los trabajadores es la de un salario que rinde cada vez menos en el supermercado o en la hipoteca. España se arriesga a quedar atrapada en lo que hemos llamado la trampa de la renta mediocre: crecer, sí, pero sin verdaderas oportunidades de progreso.
Salir de esa trampa exige un cambio: salir de la mentalidad del reparto y situarse en la del crecimiento. Poner los factores de producción a favor de éste. Sin reformas profundas del sistema de bienestar (como plantea Alemania) y sin una apuesta decidida por la innovación, la industria y los servicios avanzados, seguiremos caminando en círculos. jmuller@abc.es
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