Cuando la escritora canadiense Margaret Atwood publicó en 1985 El Cuento de la Criada, un régimen totalitario y misógino como el que relata la novela era una distopía extrema y lejana. Incluso más tarde, cuando en 2017 se estrenó la serie de televisión parecía que la autora había llevado la trama con una gran dosis de imaginación a límites que podían parecer exagerados. Era, claramente, una distopía muy radical: una dictadura teocrática, la República de Gilead, que explota a las mujeres y las divide, bajo estrictas y crueles reglas de adscripción, en estamentos funcionales —las esposas para administrar el hogar patriarcal, las criadas para garantizar la reproducción y las martas para los cuidados y el sostén de la vida—, siempre encuadradas y vigiladas por hombres armados y por las tías, una organización ideológica que recuerda mucho a la vieja Sección Femenina del franquismo.
El problema que plantea la ultraderecha iliberal de corte trumpista es que utiliza la democracia para llegar al poder y se resisten a dejarlo
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos
El problema que plantea la ultraderecha iliberal de corte trumpista es que utiliza la democracia para llegar al poder y se resisten a dejarlo


Cuando la escritora canadiense Margaret Atwood publicó en 1985 El Cuento de la Criada, un régimen totalitario y misógino como el que relata la novela era una distopía extrema y lejana. Incluso más tarde, cuando en 2017 se estrenó la serie de televisión parecía que la autora había llevado la trama con una gran dosis de imaginación a límites que podían parecer exagerados. Era, claramente, una distopía muy radical: una dictadura teocrática, la República de Gilead, que explota a las mujeres y las divide, bajo estrictas y crueles reglas de adscripción, en estamentos funcionales —las esposas para administrar el hogar patriarcal, las criadas para garantizar la reproducción y las martas para los cuidados y el sostén de la vida—, siempre encuadradas y vigiladas por hombres armados y por las tías, una organización ideológica que recuerda mucho a la vieja Sección Femenina del franquismo.
Una debacle ecológica, una crisis reproductiva y un golpe de Estado fascista en el corazón de Occidente eran entonces una distopía muy atrevida. ¿Lo es hoy?
El regreso de Donald Trump a la presidencia de EE UU viene acompañada de inquietantes señales de regresión ideológica de largo alcance. Para Trump, tan importante es la guerra arancelaria como la guerra cultural. La persecución de las universidades para que controlen la disidencia ideológica en sus campos, las medidas para eliminar las políticas de diversidad y de género y los despidos arbitrarios por razones ideológicas o de represalia política revelan un modo de proceder que, si la sociedad no es capaz de ponerle freno, podemos imaginar a dónde puede llegar a conducir.
Cuando Vox y los foros neomachistas proclaman que la violencia machista no existe, niegan el patriarcado y sostienen que el objetivo del feminismo es someter a los hombres, están creando el marco mental de una guerra de sexos. Cuando dicen que los hombres son atacados y tienen que defenderse de la tiranía de la ideología de género, no solo definen quién es el enemigo que hay que combatir, sino que tratan de resignificar el propio feminismo.
Están llevando a cabo una operación de vaciado semántico del concepto y de su significado histórico. Utilizan el término feminazis y con ello pretenden convertir la lucha de las mujeres por la igualdad en una conspiración totalitaria destinada a sojuzgar a los hombres, cuando el feminismo ha sido siempre una propuesta de cambio transversal en beneficio de toda la sociedad.
El procedimiento que siguen contra el feminismo pueden extenderlo muy fácilmente a todos sus otros enemigos: la izquierda, las organizaciones humanitarias, los pacifistas, el antirracismo… El problema que plantea la ultraderecha iliberal de corte trumpista es que utiliza la democracia para llegar al poder, y una vez logrado, puede utilizarlo, como ya hizo Adolf Hitler, para legislar e imponer su ideario retrógrado. El problema es que cuando lleguen al poder, no quieran dejarlo. Tanto Trump como Bolsonaro se resistieron a abandonarlo. Al perder las elecciones intentaron un golpe de Estado. Y eso es lo que convierte en inquietante la actual situación: lo que hace muy poco era inimaginable, porque pensábamos que las conquistas civilizatorias no tenían marcha atrás, se ha vuelto, de repente, no solo imaginable, sino posible.
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