Mientras las guerras comerciales suelen percibirse como destructivas para los negocios, un reciente estudio de la Universidad China de Hong Kong y Harvard Business School revela que no todos los actores pierden. Al contrario, algunas empresas salen reforzadas, y el secreto de su éxito parece estar en sus buenas conexiones con el gobierno. El estudio titulado ‘Who Benefits from Trade Wars?’ analiza el comportamiento de miles de empresas estadounidenses durante dos de los conflictos comerciales recientes: la trifulca arancelaria entre EE.UU. y China iniciada por Donald Trump en 2018, y las sanciones derivadas de la invasión rusa de Ucrania. Los investigadores hallaron un patrón revelador: mientras la mayoría de las empresas redujeron sus importaciones desde los países sancionados, aquellas que suministraban bienes o servicios al gobierno federal hicieron lo contrario.Estas empresas, lejos de resentirse, aumentaron sus importaciones en un 30% tras el inicio de las sanciones. ¿La razón? Una combinación de trato preferencial, acceso a información privilegiada y, en muchos casos, la contratación de exfuncionarios públicos con experiencia en compras del Gobierno. Esto les permitió obtener más exenciones arancelarias y anticiparse mejor a los cambios regulatorios. Un caso emblemático es el de Honeywell , multinacional con sede en Carolina del Norte. Durante la guerra comercial, no solo incrementó sus compras desde China, sino que también logró que se aprobara un 24% de sus solicitudes de exenciones arancelarias, el doble de la media nacional. Parte del éxito, sugiere el estudio, proviene del hecho de que cuenta en sus filas con numerosos exempleados del gobierno especializados en contratación pública.El fenómeno no es aislado. Las empresas con vínculos más estrechos con el sector público fueron las más beneficiadas durante los periodos de sanciones. Además, estas ventajas se tradujeron en beneficios concretos: mayor rentabilidad, crecimiento de cuota de mercado y mejores rendimientos bursátiles. En otras palabras, mientras las compañías sin conexiones gubernamentales sufrían, las ‘enchufadas’ ganaban terreno.Este estudio ofrece una mirada más matizada sobre los efectos de las guerras comerciales. Si bien las políticas arancelarias generan daños colaterales para la mayoría, también abren oportunidades para quienes saben jugar en la intersección entre economía y política. Y en ese juego, el acceso al poder puede ser tan valioso como la eficiencia operativa o la capacidad de innovar.Hasta ahora, la literatura académica se había centrado en reforzar la noción de que los aranceles provocan pérdidas generalizadas. Por ejemplo, Amiti, Redding y Weinstein (2019) estimaron que los aranceles estadounidenses se tradujeron en precios más altos para los importadores, afectando directamente a las empresas locales. Fajgelbaum y otros (2020) llegaron a conclusiones similares: el bienestar de los consumidores disminuyó, se encarecieron los bienes industriales y se redujo la eficiencia de las cadenas de suministro. En respuesta a estas tensiones, muchas empresas comenzaron a modificar sus cadenas de suministro. Fajgelbaum y otros (2024) demostraron que las compañías estadounidenses redujeron sus compras a China y buscaron proveedores alternativos en países como Vietnam. Sin embargo, el proceso fue costoso y no exento de dificultades. En esta línea, Charoenwong, Han y Wu (2023) identificaron que la decisión de deslocalizar o relocalizar producción dependía en gran medida del mercado objetivo de cada empresa.Frente a este escenario de incertidumbre y reestructuración, las empresas con contratos públicos gozaron de una suerte de ‘paraguas’ . No solo por sus conexiones, sino también por la posibilidad de acceder más rápidamente a información clave o negociar exenciones regulatorias. Esta idea no es nueva: trabajos previos como los de Faccio (2006) o Goldman y otros (2013) ya habían mostrado que las empresas con vínculos políticos suelen acceder a mejores contratos y condiciones durante las crisis.Eso no significa que ser proveedor del gobierno sea fácil ni barato. Estas empresas están sujetas a normas más estrictas, deben pagar salarios mínimos más altos (hasta el doble que el resto del sector privado) y enfrentan una compleja burocracia contractual. Pero el estudio muestra que, en contextos de tensión geopolítica, estos costos se ven más que compensados.Los autores también probaron la validez de sus hallazgos en otros escenarios. En el conflicto Rusia-Ucrania, las empresas proveedoras del gobierno estadounidense también aumentaron sus importaciones desde Rusia pese a las sanciones. En cambio, en el caso de desastres naturales como el gran terremoto y tsunami de marzo de 2011 en Japón, no se observaron diferencias significativas entre empresas conectadas y no conectadas. La protección política parece ser eficaz solo ante ‘shocks’ geopolíticos, no ante crisis naturales.¿Estamos, entonces, ante una economía de dos velocidades, donde las empresas con conexiones políticas están estructuralmente mejor posicionadas para resistir y adaptarse? Los autores no lo dicen de forma explícita, pero los datos apuntan en esa dirección. Mientras las guerras comerciales suelen percibirse como destructivas para los negocios, un reciente estudio de la Universidad China de Hong Kong y Harvard Business School revela que no todos los actores pierden. Al contrario, algunas empresas salen reforzadas, y el secreto de su éxito parece estar en sus buenas conexiones con el gobierno. El estudio titulado ‘Who Benefits from Trade Wars?’ analiza el comportamiento de miles de empresas estadounidenses durante dos de los conflictos comerciales recientes: la trifulca arancelaria entre EE.UU. y China iniciada por Donald Trump en 2018, y las sanciones derivadas de la invasión rusa de Ucrania. Los investigadores hallaron un patrón revelador: mientras la mayoría de las empresas redujeron sus importaciones desde los países sancionados, aquellas que suministraban bienes o servicios al gobierno federal hicieron lo contrario.Estas empresas, lejos de resentirse, aumentaron sus importaciones en un 30% tras el inicio de las sanciones. ¿La razón? Una combinación de trato preferencial, acceso a información privilegiada y, en muchos casos, la contratación de exfuncionarios públicos con experiencia en compras del Gobierno. Esto les permitió obtener más exenciones arancelarias y anticiparse mejor a los cambios regulatorios. Un caso emblemático es el de Honeywell , multinacional con sede en Carolina del Norte. Durante la guerra comercial, no solo incrementó sus compras desde China, sino que también logró que se aprobara un 24% de sus solicitudes de exenciones arancelarias, el doble de la media nacional. Parte del éxito, sugiere el estudio, proviene del hecho de que cuenta en sus filas con numerosos exempleados del gobierno especializados en contratación pública.El fenómeno no es aislado. Las empresas con vínculos más estrechos con el sector público fueron las más beneficiadas durante los periodos de sanciones. Además, estas ventajas se tradujeron en beneficios concretos: mayor rentabilidad, crecimiento de cuota de mercado y mejores rendimientos bursátiles. En otras palabras, mientras las compañías sin conexiones gubernamentales sufrían, las ‘enchufadas’ ganaban terreno.Este estudio ofrece una mirada más matizada sobre los efectos de las guerras comerciales. Si bien las políticas arancelarias generan daños colaterales para la mayoría, también abren oportunidades para quienes saben jugar en la intersección entre economía y política. Y en ese juego, el acceso al poder puede ser tan valioso como la eficiencia operativa o la capacidad de innovar.Hasta ahora, la literatura académica se había centrado en reforzar la noción de que los aranceles provocan pérdidas generalizadas. Por ejemplo, Amiti, Redding y Weinstein (2019) estimaron que los aranceles estadounidenses se tradujeron en precios más altos para los importadores, afectando directamente a las empresas locales. Fajgelbaum y otros (2020) llegaron a conclusiones similares: el bienestar de los consumidores disminuyó, se encarecieron los bienes industriales y se redujo la eficiencia de las cadenas de suministro. En respuesta a estas tensiones, muchas empresas comenzaron a modificar sus cadenas de suministro. Fajgelbaum y otros (2024) demostraron que las compañías estadounidenses redujeron sus compras a China y buscaron proveedores alternativos en países como Vietnam. Sin embargo, el proceso fue costoso y no exento de dificultades. En esta línea, Charoenwong, Han y Wu (2023) identificaron que la decisión de deslocalizar o relocalizar producción dependía en gran medida del mercado objetivo de cada empresa.Frente a este escenario de incertidumbre y reestructuración, las empresas con contratos públicos gozaron de una suerte de ‘paraguas’ . No solo por sus conexiones, sino también por la posibilidad de acceder más rápidamente a información clave o negociar exenciones regulatorias. Esta idea no es nueva: trabajos previos como los de Faccio (2006) o Goldman y otros (2013) ya habían mostrado que las empresas con vínculos políticos suelen acceder a mejores contratos y condiciones durante las crisis.Eso no significa que ser proveedor del gobierno sea fácil ni barato. Estas empresas están sujetas a normas más estrictas, deben pagar salarios mínimos más altos (hasta el doble que el resto del sector privado) y enfrentan una compleja burocracia contractual. Pero el estudio muestra que, en contextos de tensión geopolítica, estos costos se ven más que compensados.Los autores también probaron la validez de sus hallazgos en otros escenarios. En el conflicto Rusia-Ucrania, las empresas proveedoras del gobierno estadounidense también aumentaron sus importaciones desde Rusia pese a las sanciones. En cambio, en el caso de desastres naturales como el gran terremoto y tsunami de marzo de 2011 en Japón, no se observaron diferencias significativas entre empresas conectadas y no conectadas. La protección política parece ser eficaz solo ante ‘shocks’ geopolíticos, no ante crisis naturales.¿Estamos, entonces, ante una economía de dos velocidades, donde las empresas con conexiones políticas están estructuralmente mejor posicionadas para resistir y adaptarse? Los autores no lo dicen de forma explícita, pero los datos apuntan en esa dirección.
AJUSTE DE CUENTAS
Un nuevo estudio académico matiza la extendida noción de que los aranceles perjudican a todos: las empresas con vínculos con la política suelen ser ganadoras y aumentan sus importaciones hasta un 30%. La multinacional Honeywell es un caso emblemático ya que logró el doble de exenciones arancelarias que la media nacional
Mientras las guerras comerciales suelen percibirse como destructivas para los negocios, un reciente estudio de la Universidad China de Hong Kong y Harvard Business School revela que no todos los actores pierden. Al contrario, algunas empresas salen reforzadas, y el secreto de su éxito parece … estar en sus buenas conexiones con el gobierno. El estudio titulado ‘Who Benefits from Trade Wars?’ analiza el comportamiento de miles de empresas estadounidenses durante dos de los conflictos comerciales recientes: la trifulca arancelaria entre EE.UU. y China iniciada por Donald Trump en 2018, y las sanciones derivadas de la invasión rusa de Ucrania. Los investigadores hallaron un patrón revelador: mientras la mayoría de las empresas redujeron sus importaciones desde los países sancionados, aquellas que suministraban bienes o servicios al gobierno federal hicieron lo contrario.
Estas empresas, lejos de resentirse, aumentaron sus importaciones en un 30% tras el inicio de las sanciones. ¿La razón? Una combinación de trato preferencial, acceso a información privilegiada y, en muchos casos, la contratación de exfuncionarios públicos con experiencia en compras del Gobierno. Esto les permitió obtener más exenciones arancelarias y anticiparse mejor a los cambios regulatorios. Un caso emblemático es el de Honeywell, multinacional con sede en Carolina del Norte. Durante la guerra comercial, no solo incrementó sus compras desde China, sino que también logró que se aprobara un 24% de sus solicitudes de exenciones arancelarias, el doble de la media nacional. Parte del éxito, sugiere el estudio, proviene del hecho de que cuenta en sus filas con numerosos exempleados del gobierno especializados en contratación pública.
El fenómeno no es aislado. Las empresas con vínculos más estrechos con el sector público fueron las más beneficiadas durante los periodos de sanciones. Además, estas ventajas se tradujeron en beneficios concretos: mayor rentabilidad, crecimiento de cuota de mercado y mejores rendimientos bursátiles. En otras palabras, mientras las compañías sin conexiones gubernamentales sufrían, las ‘enchufadas’ ganaban terreno.
Este estudio ofrece una mirada más matizada sobre los efectos de las guerras comerciales. Si bien las políticas arancelarias generan daños colaterales para la mayoría, también abren oportunidades para quienes saben jugar en la intersección entre economía y política. Y en ese juego, el acceso al poder puede ser tan valioso como la eficiencia operativa o la capacidad de innovar.
Hasta ahora, la literatura académica se había centrado en reforzar la noción de que los aranceles provocan pérdidas generalizadas. Por ejemplo, Amiti, Redding y Weinstein (2019) estimaron que los aranceles estadounidenses se tradujeron en precios más altos para los importadores, afectando directamente a las empresas locales. Fajgelbaum y otros (2020) llegaron a conclusiones similares: el bienestar de los consumidores disminuyó, se encarecieron los bienes industriales y se redujo la eficiencia de las cadenas de suministro. En respuesta a estas tensiones, muchas empresas comenzaron a modificar sus cadenas de suministro. Fajgelbaum y otros (2024) demostraron que las compañías estadounidenses redujeron sus compras a China y buscaron proveedores alternativos en países como Vietnam. Sin embargo, el proceso fue costoso y no exento de dificultades. En esta línea, Charoenwong, Han y Wu (2023) identificaron que la decisión de deslocalizar o relocalizar producción dependía en gran medida del mercado objetivo de cada empresa.
Frente a este escenario de incertidumbre y reestructuración, las empresas con contratos públicos gozaron de una suerte de ‘paraguas’. No solo por sus conexiones, sino también por la posibilidad de acceder más rápidamente a información clave o negociar exenciones regulatorias. Esta idea no es nueva: trabajos previos como los de Faccio (2006) o Goldman y otros (2013) ya habían mostrado que las empresas con vínculos políticos suelen acceder a mejores contratos y condiciones durante las crisis.
Eso no significa que ser proveedor del gobierno sea fácil ni barato. Estas empresas están sujetas a normas más estrictas, deben pagar salarios mínimos más altos (hasta el doble que el resto del sector privado) y enfrentan una compleja burocracia contractual. Pero el estudio muestra que, en contextos de tensión geopolítica, estos costos se ven más que compensados.
Los autores también probaron la validez de sus hallazgos en otros escenarios. En el conflicto Rusia-Ucrania, las empresas proveedoras del gobierno estadounidense también aumentaron sus importaciones desde Rusia pese a las sanciones. En cambio, en el caso de desastres naturales como el gran terremoto y tsunami de marzo de 2011 en Japón, no se observaron diferencias significativas entre empresas conectadas y no conectadas. La protección política parece ser eficaz solo ante ‘shocks’ geopolíticos, no ante crisis naturales.
¿Estamos, entonces, ante una economía de dos velocidades, donde las empresas con conexiones políticas están estructuralmente mejor posicionadas para resistir y adaptarse? Los autores no lo dicen de forma explícita, pero los datos apuntan en esa dirección.
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